La Iglesia en Málaga da gracias a Dios por el nuevo papa,
Francisco I
Ante el anuncio de que el cardenal jesuita Jorge Mario Bergoglio es el nuevo pontífice, la Iglesia malacitana reza para que tenga un fecundo pontificado, lo acoge con corazón sincero y le presta obediencia y respeto. El nuevo papa ha afirmado, al salir al balcón de San Pedro: "parece que mis hermanos cardenales han ido a buscar al papa a los confines del mundo". El nuevo pontífice, en un gesto que ha emocionado a todos, ha pedido que los presentes pidieran una oración por él, para que Dios le bendiga. Tras rezar juntos un Padre Nuestro, un Avemaría y un Gloria, ha dicho: "Comenzamos este camino, el camino de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las del mundo, un camino de fraternidad, amor y confianza ente nosotros. Recemos unos por otros, por todo el mundo, para que sea una gran fraternidad".
El Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J. es desde el 13 de marzo de 2013 el Santo Padre Franciso I.
Los 115 cardenales electores reunidos desde el martes 12 de marzo en cónclave han decidido que el cardenal argentino sea el 266º Papa de la Historia de la Iglesia Católica.
En la Plaza de San Pedro la fumata blanca, y el repicar de las campanas, ha anunciado, a las 19,07 horas, que tenemos nuevo Papa. A las 20,15 horas se abría la loggía o balcón central del Aula de las Bendiciones, situada sobre el pórtico de la Basílica de San Pedro y que da a la plaza. El cardenal francés Jean-Louis Pierre Tauran, como corresponde al Protodiácono, ha anunciado al pueblo romano y al mundo entero el nombre del nuevo Papa según la fórmula, pronunciada en latín, de acuerdo con el Ordo Rituum Conclavis (ritos del cónclave):
Os anuncio un gran gozo, Habemus Papam: el Eminentísimo y Reverendísimo Señor Jorge Mario Bergoglio, Cardenal de la Santa Iglesia Romana, quien se ha dado el nombre de Francisco. El Santo Padre Francisco I, precedido por la Cruz, se ha asomado al balcón de la Basílica de San Pedro a las 20,22 horas, para saludar e impartir su primera Bendición Apostólica Urbi et Orbi. Antes, una oración por el Papa emérito Benedicto XVI.
Primeros momentos del Pontificado
Alrededor de una hora y cinco minutos después han transcurrido desde la elección hasta que se ha abierto el balcón para el anuncio. En este tiempo, el nuevo Pontífice ha vivido sus primeros momentos de Pontificado, según está establecido en el séptimo y último capítulo de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (Juan Pablo II, 22 de febrero de 1996), la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio sobre algunas modificaciones a las normas relativas a la elección del Romano Pontífice (Benedicto XVI, 22 de febrero de 2013) y en ritual Ordo Rituum Conclavis.
— El cardenal Jorge Mario Bergoglio ha alcanzado, al menos, los 77 votos (dos tercios) necesarios para ser elegido Papa. En ese momento, era canónicamente válida la elección del Romano Pontífice.
— Realizada la elección canónicamente, el último de los cardenales diáconos (James Michael Harvey), ha llamado a la Capilla Sixtina al Secretario del Colegio de los Cardenales (Monseñor D. Lorenzo Baldisseri) y al Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, (Mons. D. Guido Marini). Ambos han sido testigos, junto con los 114 purpurados, de cómo el nuevo Papa daba el consentimiento para el Pontificado.
— El cardenal Decano de la asamblea, en este caso el cardenal Giovanni Battista Re, pregunta al elegido:
¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?
Y, una vez recibido el consentimiento, se le ha preguntado:
¿Cómo quieres ser llamado?
— El Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, actuando como notario y teniendo como testigos a dos ceremonieros que han sido llamados en aquel momento, ha levantado acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha tomado.
— Se ha procedido entonces a quemar las papeletas para la "fumata" blanca.
— Acto seguido el nuevo Papa, acompañado del Maestro de Ceremonias Pontificias, se ha vestido la sotana blanca y la estola papal en la llamada "Estancia de la lágrimas".
— Ya revestido, ha regresado a la Capilla Sixtina y ha ocupado por primera vez la Cátedra. Junto al resto de los cardenales ha escuchado la palabra de Dios y la plegaria:
Beatísimo Padre, en esta hora solemne en la que por un impenetrable proyecto de la Divina Providencia has sido elegido a la Cátedra de Pedro, antes de elevar, unánimes, nuestras oraciones a Dios y de darle gracias por tu elección junto a la beata siempre Virgen María, Madre de Dios y todos los Santos, conviene recordar las palabras con las que nuestro Señor Jesucristo prometió a Pedro y a sus sucesores el primado del ministerio apostólico y del amor.
— El primero de los cardenales diáconos (Jean-Louis Pierre Tauran) ha proclamado un texto del Evangelio. A continuación, el primer cardenal presbítero (Godfried Danneels) ha rezado la oración por el Sumo Pontífice, tras haber invitado a un instante de oración en silencio:
Oh Dios, que en el proyecto de tu sabiduría has edificado a tu Iglesia sobre la roca de Pedro, cabeza del colegio apostólico, protege y sostén a nuestro Papa N.: tú que lo has elegido como sucesor de Pedro, haz que sea para tu pueblo principio y fundamento visible de la unidad en la fe y de la comunión en la caridad. Por Cristo Nuestro Señor.
— Los cardenales electores, cumplidas estas formalidades previstas en el Ordo Rituum Conclavis, se han acercado, por orden de precedencia, para expresar un gesto de respeto y obediencia al recién elegido Sumo Pontífice. Al terminar este acto, han dado gracias a Dios en la misma Capilla Sixtina con el solemne canto del himno Te, Deum, laudamus.
— Llegaba el momento de que el primero de los Cardenales Diáconos, el Protodiácono, anunciara la elección y el nombre del nuevo Pontífice.
— Mientras, y como novedad en este cónclave, el Papa ha pasado a la Capilla Paulina para rezar sólo unos momentos ante el Santísimo Sacramento.
Alojamiento del Papa
El nuevo Pontífice se ha trasladado, como el resto de los cardenales, a la Casa Santa Marta, donde residirá los primeros días de su Pontificado. La habitación 201 es la reservada para el nuevo Papa.
''No abandono la cruz, sino que permanezco de un modo nuevo ante el Señor Crucificado''
Última catequesis del papa Benedicto XVI
Ciudad del Vaticano, 27 de febrero de 2013
Esta mañana, a las 10 de la mañana, la plaza de San Pedro y aledaños ya estaba repleta. A las 10,30 pasadas, el papa Benedicto XVI entró en el papamóvil y recorrió los pasillos abiertos entre los fieles y peregrinos asistentes de muchos países. Estaban también cardenales y obispos, la Curia Romana, el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, los sacerdotes, párrocos y seminaristas de la diócesis de Roma, los empleados vaticanos, peregrinos y fieles de Roma, de Italia y de muchos países. Ofrecemos las palabrasde la última audiencia general del pontífice.
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Venerados hermanos en el episcopado y presbiterado
Distinguidas autoridades
¡Queridos hermanos y hermanas!
Muchas gracias por haber venido tantos en esta última audiencia general de mi pontificado.
Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón la necesidad de agradecer sobre todo a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su palabra y así alimenta la fe de su pueblo.
En este momento mi ánimo se extiende, por así decir, para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las 'noticias' que en estos años de ministerio petrino he podido recibir sobre la fe en el Señor Jesucristo, de la caridad que circula en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor, y de la esperanza que se nos abre y nos orienta hacia la vida en su plenitud, hacia la patria del Cielo.
Siento que les tendré presentes a todos en la oración, en un presente que es aquel de Dios, donde recojo cada encuentro, cada viaje, cada visita pastoral. Todo y a todos les recojo en la oración para confiarlos al Señor: para que tengamos pleno conocimiento de su voluntad, con cada acto de su sabiduría e inteligencia espiritual, y para que podamos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, haciendo fructificar cada obra buena. (cfr. Col 1,9).
En este momento hay en mí una gran confianza porque sé, y lo sabemos todos nosotros, que la palabra de verdad, la palabra del evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El evangelio purifica y renueva, produce fruto en cualquier lugar donde la comunidad de los creyentes lo escucha, acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años decidí asumir el ministerio de Pedro, tuve firmemente esta certeza que siempre me ha acompañado. En aquel momento, como expliqué en diversas oportunidades, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: ¿Señor por qué pides esto, y qué es lo que me pides? Es un peso grande el que me pones sobre los hombros, pero si Tú me lo pides, en tu nombre echaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, incluso con todas mis debilidades.
Y el Señor verdaderamente me ha guiado y me ha estado cerca. He podido percibir cotidianamente su presencia. Y fue un tramo del camino de la Iglesia que tuvo momentos de alegría y de luz, y también momentos no fáciles. Me he sentido como san Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea. El Señor nos ha donado tantos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca fue abundante. Existieron también momentos en los cuales las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
Pero siempre he sabido que en esta barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse. Es Él quien la conduce, seguramente también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta fue y es una certeza que nada puede ofuscar. Y por esto hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no le ha hecho faltar nunca a toda la Iglesia ni a mí, su consolación, su luz y su amor.
Estamos en el Año de la Fe, que he querido convocar para reforzar justamente nuestra fe en Dios, en un contexto que parece querer ponerlo cada vez más en segundo plano. Querría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarse como niños en los brazos del Dios, con la seguridad de que aquellos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permite caminar cada día cuando estamos cansados.
Querría que cada uno se sintiera amado por aquel Dios que ha donado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Querría que cada uno sintiera la alegría de ser cristiano. En una hermosa oración que se reza cotidianamente por la mañana se dice: “Te adoro, Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano...” Sí, agradezcamos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama y espera que nosotros también lo amemos!
Y no solamente a Dios quiero agradecerle en este momento. Un papa no está solo cuando guía la barca de Pedro, mismo si es su primera responsabilidad. Yo nunca me he sentido solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino. El Señor me ha puesto al lado a tantas personas que con generosidad y amor de Dios y a la Iglesia me ayudaron y me estuvieron cerca.
Sobre todo ustedes, queridos hermanos cardenales; vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad me han sido preciosos. Mis colaboradores a partir del secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad durante estos años, la Secretaría de Estado y la Curia Romana, como todos aquellos que en los varios sectores dan sus servicios a la Santa Sede.
Hay además tantos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero justamente en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de fe y humildad fueron para mí un apoyo seguro y confiable.
Querría que mi saludo y mi agradecimiento llegara también a todos: el corazón de un papa se extiende al mundo entero. Y querría expresar mi gratitud al cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, que vuelve presente la gran familia de Naciones.
Aquí pienso también en todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y a quienes agradezco por su importante servicio.
A este punto quiero agradecer, verdaderamente y de corazón, a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad y de oración. Sí porque el papa no está nunca solo y ahora lo experimento nuevamente en una manera tan grande, que me toca el corazón.
El papa le pertenece a todos, y tantas personas se sienten muy cerca de él. Es verdad que recibo cartas de los grandes del mundo: jefes de Estado, jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etc.
Pero recibo también muchísimas cartas de personas simples que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir el afecto que nace del su estar junto a Jesucristo en Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas, o como hijos o hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa.
Aquí se puede tocar con la mano lo que es la Iglesia: no una organización, no una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Sentir a la Iglesia de esta manera y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es un motivo de alegría, en un tiempo en el cual tantos hablan de su ocaso.
En estos últimos meses he sentido que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios, con insistencia, en la oración, que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa, no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He llevado a cabo este paso con plena conciencia de su gran gravedad y también novedad, pero también con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de hacer elecciones difíciles, sufridas y poniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no a nosotros mismos.
Permítanme volver aquí una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión fue precisamente por el hecho de que a partir de ese momento en adelante, yo estaba empeñado siempre y para siempre por el Señor. Siempre: quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida le viene, por así decir, totalmente quitada la esfera privada.
He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida propiamente cuando la da. Dije antes que una gran cantidad de gente que ama el Señor, aman también al Sucesor de san Pedro y tienen un alto aprecio por él; y que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas de todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque él no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.
El "siempre" es también un "para siempre", no es más un retorno a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio, no revoca esto. No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de un modo nuevo ante el Señor Crucificado. No llevo más la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino en el servicio de la oración; permanezco, por así decirlo, en el recinto de san Pedro. San Benito, cuyo nombre porto como papa, me será de gran ejemplo en esto. Él nos ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece por entero a la obra de Dios.
También doy las gracias a todos y cada uno por su respeto y la comprensión con la que han acogido esta importante decisión. Voy a seguir acompañando el camino de la Iglesia mediante la oración y la reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que traté de vivir hasta ahora todos los días y que quiero vivir para siempre. Les pido que me recuerden delante de Dios, y sobre todo que oren por los cardenales, que son llamados a una tarea tan importante, y por el nuevo sucesor del apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.
Invoco la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a Ella nos acogemos, con profunda confianza.
¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en los tiempos difíciles. Nunca perdamos esta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de ustedes, que exista siempre la certeza gozosa de que el Señor está cerca, que no nos abandona, que está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!
Asimismo, doy gracias a Dios por sus dones, y también a tantas personas que, con generosidad y amor a la Iglesia, me han ayudado en estos años con espíritu de fe y humildad. Agradezco a todos el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión importante, que he tomado con plena libertad. Desde que asumí el ministerio petrino en el nombre del Señor he servido a su Iglesia con la certeza de que es Él quien me ha guiado. Sé también que la barca de la Iglesia es suya, y que Él la conduce por medio de hombres. Mi corazón está colmado de gratitud porque nunca ha faltado a la Iglesia su luz. En este Año de la Fe invito a todos a renovar la firme confianza en Dios, con la seguridad de que Él nos sostiene y nos ama, y así todos sientan la alegría de ser cristianos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y de los países latinoamericanos, que hoy han querido acompañarme. Os suplico que os acordéis de mí en vuestra oración y que sigáis pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del apóstol Pedro. Imploremos todos la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia.
Muchas gracias. Que Dios os bendiga.
Traducido del italiano por H. Sergio Mora y José Antonio Varela Vid